ANATOMÍA DE ESTA NUEVA CRISIS ARGENTINA

“Nuevamente, rabia y tristeza. Otra vez esperanzas fallidas y una crisis que, en muchos aspectos, es peor que las muchas y muy graves que hemos sufrido […] más allá de sus dimensiones económicas, políticas y sociales, afecta al propio Estado en alguno de sus aspectos más constitutivos. Durante varios días la Argentina ha sido un país sin moneda”. Esto escribía el gran Guillermo O’Donnell en el documento de trabajo Argentina, de nuevo, publicado en febrero de 1991 por el Kellogg Institute de la Universidad de Notre Dame, en el que analizaba, con pasión y espíritu crítico, el caótico final del gobierno de Raúl Alfonsín. En el resumen se lee: “El autor desarrolla algunos aspectos que han sido importantes en el desarrollo de la (crisis) y que pueden ser de interés para otras transiciones: la maldición del populismo, el aparatismo y cierto estilo de hacer política económica del gobierno de Alfonsín”.

Para novedades, nada mejor que recurrir a los clásicos: es cierto que la actual coyuntura no tiene el dramatismo ni la morfología de la catastrófica hiperinflación. Pero imperan en gran parte de la ciudadanía los mismos sentimientos de agobio, angustia y frustración. En estos días muchos se preguntaron, dentro y fuera del país, si ese no era el destino inequívoco que yacía en un horizonte temporal de corto o mediano plazo. Así, el economista Agustín Monteverde aseguró en declaraciones radiales: “La hiperinflación no está a la vuelta de la esquina, pero estamos en el tobogán hacia ella”. Determinar con precisión cuándo la situación podría descontrolarse y cuáles serían los disparadores es tarea para prestidigitadores. Sin embargo, la estrategia de análisis que sugería O’Donnell (diferenciar dimensiones para comprender los comportamientos sociales) nos brinda la oportunidad de alcanzar una comprensión más acabada de la eventual dinámica de un proceso que está aún lejos de haber llegado a su clímax, en especial porque lo que queda de la coalición gobernante sigue esforzándose para postergar el desenlace.

Debido al limitado marco que aportaba el acuerdo con el FMI, la Argentina venía languideciendo desde hace tiempo, con una falta absoluta de confianza por parte del mercado, un elevado déficit fiscal respecto del cual nadie creía –con mucha razón– que el FDT tuviera voluntad o capacidad para reducir, un consecuente proceso inflacionario que amenazaba con acelerarse y una aguda escasez de divisas, a pesar de haber tenido récord de exportaciones. Por eso, ya hacia fines del año pasado, muchos agudos observadores argumentaban que la estrategia de Sergio Massa consistía en administrar de algún modo la situación de forma tal de ganar tiempo y evitar grandes tensiones que afecten aún más el magro resultado de las elecciones de 2021. “Plan Llegar”, lo denominó Carlos Melconian. Pero nada de fondo le estaría permitido hacer: el veto de CFK a cualquier corrección más o menos lógica de los desequilibrios macro (como en cambio había autorizado, hacia comienzos de 2014, evitando de ese modo los dolores de cabeza que ahora tanto la abruman) volvió la tarea de Massa engorrosa. “Ella cree que fue por eso que perdimos en 2015″, asegura un exfuncionario.

Contradiciendo la rebatible hipótesis de que al justicialismo (o sus derivados) siempre lo acompaña la buena suerte (ni la alegría es solo brasileña ni la diosa Fortuna abandona invariablemente a los gobiernos no peronistas, que hacen bastante para fracasar), la monumental sequía que sufrimos hasta marzo fue la espada de Damocles que dio por tierra con cualquier esperanza de evitar cimbronazos en plena etapa electoral.

Las reacciones frente al tembladeral cambiario y al aumento en la velocidad de las remarcaciones de precios dan una oportunidad para comprender la disfuncionalidad del Gobierno, resaltada hace pocos días por Wado de Pedro. Un presidente balbuceando incoherencias antes y después de reconocer que era absurdo –quijotesco– competir en las PASO; una vicepresidenta ausente del debate, renuente a cristalizar su debilidad compitiendo en serio por el poder, solo preocupada por sus causas judiciales y especulando con sostener una supuesta centralidad que casi nadie importante dentro del PJ todavía toma en serio; y un Massa que con sus recursos (vínculos con Estados Unidos, por ejemplo), capitaliza de algún modo el vacío de poder existente con su hiperactividad típica, su voluntad de hacer frente a la crisis y su ambigüedad en cuanto a eventuales candidaturas, que le permite acumular, ante la inusual ausencia de competidores de fuste, apoyos de sindicalistas, líderes sociales y algunos gobernadores. Todo esto resulta insuficiente frente al escenario predominante: cuando en la Argentina se combinan desequilibrios macro severos con incertidumbre política, el final no resulta apacible ni esperanzador. Pasó en el episodio narrado por O’Donnell en 1989 y, como señalaba estos días Rosendo Fraga, también en 2001 y en 2019.

Los integrantes de JxC continúan ensimismados en sus lógicas y hasta cierto punto necesarias pujas internas y despliegan esfuerzos de campaña con las dudas que genera la crisis general. Una hipótesis que nadie se anima a descartar generó escozor en el círculo rojo: ¿qué pasaría si el Gobierno acelera su desgaste y una ola de renuncias pretende forzar un parcial adelantamiento del calendario, incluyendo la suspensión de las PASO? Sin este mecanismo, parece sumamente difícil, sino imposible, resolver la cuestión de las candidaturas. De este modo, el escenario de fragmentación de la oferta electoral, similar al de 2003 (se cumplieron 20 años) podría modificar el actual estado de cosas. ¿Revisaría en ese caso Mauricio Macri su decisión de autoexcluirse de estos comicios? ¿Podrá consolidar Javier Milei su potencial en un entorno tan caótico, o en un contexto de crisis de gobernabilidad surgiría una fuerte demanda por líderes experimentados y con capacidad de articular intereses contrapuestos?

Los estudios de opinión pública muestran datos contradictorios en materia de preferencias electorales. Existe, sin embargo, un consenso para nada menor: predominan en la sociedad sentimientos negativos como pesimismo, frustración, bronca, tristeza y desesperanza. Estas situaciones tan complejas generan entornos caracterizados por la pesadumbre. Para colmo, a diferencia de las crisis anteriores, incluida la de 2001, hoy la Argentina es un país con umbrales de pobreza y marginalidad más elevados. Eso no es todo: la mayoría de los economistas y más de dos tercios de los argentinos esperan que la situación económica se complique aún más. En ese caso, ¿podría quedar comprometida la gobernabilidad?

Otra cuestión que algunos inversores del exterior subrayan es la relativa pasividad de nuestra sociedad. ¿Por qué ante estos niveles de inflación y tanta mala praxis la gente continúa sin reaccionar, por ejemplo, “saliendo a la calle” a manifestar su insatisfacción? Ante contextos de tan alta incertidumbre, tienden a multiplicarse los comportamientos defensivos, casi de supervivencia. Familias, empresas, individuos y grupos tratan de preservar lo que tienen como pueden, esperando que pase la tormenta, refugiados en estrategias de muy corto plazo. Haber sobrevivido como sociedad a tantas crisis nos ha brindado un aprendizaje especial: ser resilientes y tenaces ante la adversidad.

Sergio Berensztein

Fuente: La Nación

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