EL COSTOSO PRECIO DE UN PAÍS HARTO

Sergio Suppo

La maldecida grieta ha encontrado en Javier Milei un nuevo intérprete que le cambia sus términos y la profundiza.

Las últimas PASO resultaron en una derrota de los discursos de consenso, acuerdo y pacificación entre los bandos enfrentados de la política. El vencedor de esa batalla cultural postula una división más profunda: él contra el resto de los dirigentes políticos. Una grieta mayor supera a la vieja división.

«La invención o elección de un enemigo es un viejo recurso político que todo populismo que se precie de tal utiliza en forma permanente»

En sus raptos más irascibles, Milei también incluye en forma genérica en la vereda de enfrente a sectores empresarios y periodísticos. ¿Qué haría con sus aparentes odios con esos sectores si tiene el poder?

La invención o elección de un enemigo es un viejo recurso político que todo populismo que se precie de tal utiliza en forma permanente.

La Argentina sufre hace 20 años la versión kirchnerista de ese ejercicio maniqueo de la política. Ese capítulo empieza a convertirse en pasado, si es que se consolida el sentido del voto de las elecciones primarias.

Hasta un punto por ahora difícil de precisar, también se está borrando el contrapunto entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Y también sus liderazgos están en duda.

«Milei ha logrado la proeza de no resultar indiferente y convertirse en una expresión simultánea de castigo y cambio iracundo para al menos en un tercio del electorado»

También han fracasado los potenciales sucesores que insinuaron enfrentar a los jefes de la vieja grieta. Alberto Fernández dejó de hecho de ejercer la presidencia antes de su despedida formal y deambula como un fantasma por las oficinas del poder. Horacio Rodríguez Larreta fue derrotado por Patricia Bullrich luego de prometer, como Fernández, cancelar los enfrentamientos.

Fue el agravamiento de la situación socioeconómica lo que ha puesto en duda la vigencia del sistema de dos grandes coaliciones dispuestas a derrotarse elección tras elección. Ahí donde se extendió la convicción de un fracaso profundo empezó a crecer la posibilidad de un cambio tajante y radicalizado por sobre las recetas fallidas que, más el kirchnerismo que el macrismo, intentaron aplicar desde aquella otra catástrofe de diciembre de 2001.

Esto le permite a Milei encontrar votantes que pasaron de no conocerlo a aferrarse a él en forma incondicional. Se verá si es un fenómeno fugaz o duradero, pero el nombre del candidato de la Libertad Avanza se ha instalado en las conversaciones. Milei ha logrado la proeza de no resultar indiferente y convertirse en una expresión simultánea de castigo y cambio iracundo para al menos en un tercio del electorado.

¿Es indetenible el camino de Milei a la presidencia? Hay una campaña electoral de por medio para llegar a conocer esa respuesta en un país al que le costó muchas veces saber quién sería su próximo jefe político.

Por ahora, entre adhesiones fanáticas y una cierta indiferencia hacia el resto de los candidatos, Milei ha logrado que lo corran desde atrás. Al mismo tiempo, se instala la sensación de que obtuvo una ventaja superior a la registrada en las elecciones primarias.

Una nueva red de incondicionales exhibe su flamante pertenencia con la fe de los conversos. No es extraño.

Milei recogió sus 7.100.000 de los 6.500.000 de votos que perdió el peronismo y de los 4.100.000 que resignó Cambiemos entre la última elección presidencial y las primarias de agosto. Fracciones proporcionales de exvotantes de las dos fuerzas desplazadas por Milei eligieron expresar su desencanto con su ausencia en las PASO. Es por ahora una incógnita saber si la participación subirá en las elecciones generales del 22 de octubre.

Tampoco es por ahora posible conocer si el ensayo de repartir pesos a un electorado que sueña en dólares reencauzará la campaña de Sergio Massa. Otro tanto puede decirse sobre Patricia Bullrich, cuyo primer intento de reacción tras el impacto de quedar debajo de Milei fue incorporar a Carlos Melconian para dar prestancia y certidumbre a su discurso económico.

El libertario reflejó en las primarias un hartazgo que muchos de sus actuales adherentes ahora prometen convertir en una mayoritaria decisión electoral que desafíe lo desconocido. Entre ellos, el deseo puede más.

«¿Milei y su gente están dispuestos a gobernar sin negociar en el Parlamento?»

Donde unos ven un inquietante desequilibrio emocional, otros celebran las rabietas del candidato como una expresión de su voluntad de consumar en forma brusca una mutación definitiva.

En el planteo de dudosa legitimidad sobre que es él (por Milei) o la casta, hay un exabrupto apoyado en una acusación certera. Si es innegable que la clase política ha edificado una acumulación de fracasos, es sin embargo cuestionable extender una condena tan absoluta desde un pedestal de supuesta superioridad moral. Tampoco Milei resiste un archivo, pero a pesar de eso, los libertarios que se suben presurosos al tren de moda celebran que el maquinista sea el único inocente capaz de tirar las piedras a quienes no lo siguen.

Propuestas como dolarizar sin reservas o reemplazar el valor humanitario de los trasplantes por el precio de los órganos cadavéricos son aclamadas sin matices. Por lo mismo, las advertencias más elementales hechas sobre la carencia de recursos parlamentarios propios para avanzar en reformas tan profundas son respondidas con la contrapropuesta de plebiscitarlas y dejar al Congreso en un segundo plano.

¿Milei y su gente están dispuestos a gobernar sin negociar en el Parlamento? ¿Su dureza es una puesta en escena para sumar incautos que creen en el decisionismo unipersonal como recurso de gobierno? Una y otra pregunta generan respuestas más que inquietantes.

La demanda de un cambio frenético es más fuerte y devastadora que los reparos que hubiesen sido barreras infranqueables en tiempos no tan lejanos. Una porción importante del electorado tiene la fantasía de que la explosión que promete Milei no los salpicará y que podrán presenciarla como si estuviesen viendo una película pochoclera.

Tres semanas después de las elecciones que confirmaron que Milei es un fenómeno, la sorpresa sigue sin desdibujarse.

Sergio Suppo

LA NACION

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