EL GOBIERNO SIGUE JUGANDO AL TODOS CONTRA TODOS PERO AHORA CON LA SOGA AL CUELLO

La última decisión de Massa que apela a fondos de la ANSeS refleja la asfixia financiera. La enorme inestabilidad política en el oficialismo atenta contra la posibilidad de construir confianza interna y externa.

Trama política

«Si me siguen tirando nos podemos caer todos”. La frase, siempre con sonrisa socarrona, la pronunció Sergio Massa delante de Alberto Fernández. Ambos compartieron un acto en Mendoza en el peor momento de las hostilidades que atraviesan al Gobierno y al Frente de Todos. El Presidente sólo pidió calma y dejó pasar aquel símil de provocación que hubiera desatado otra reyerta. Como la que había sucedido en Olivos el domingo 19.

El ministro de Economía aludió a ciertas cuestiones que su esposa, Malena Galmarini, titular de AySA, puso en blanco sobre negro. A su marido lo estarían perjudicando desde la propia Casa Rosada. Se cuidó de no difundir nombres, pero el matrimonio de Tigre lo intuye. Sospecha que fue Antonio Aracre, jefe de asesores del mandatario, quien habría echado a rodar el rumor de un posible desdoblamiento cambiario que incidió en la alteración de los mercados.

La pregunta irrumpe con lógica: ¿pudo el ex CEO de la empresa Syngenta haber sido responsable de semejante audacia sin contar con la venia presidencial? La respuesta sería negativa en cualquier administración con mínimos rasgos políticos de normalidad. No es el caso.

Alberto también poseía razones para descargar reproches contra Massa. Prefirió soslayarlos. Le hicieron mucho ruido las opiniones del secretario de Economía del Conocimiento, Ariel Sujarchuk, ex alcalde de Escobar. Soldado del ministro de Economía. Dijo que el Presidente “convirtió la no decisión en un método de gobierno y de conducción política”. Vaya consideración. Lo conminó, por otro lado, a que defina si será o no candidato.

Se ve que el funcionario no presta atención a las frecuentes parrafadas presidenciales. “Sigan acompañando mi sueño de construir un país más igualitario”, afirmó en Chaco, ladeado por el gobernador Jorge Capitanich, frente a una concurrencia módica que se puso de pie para aplaudirlo. “No me dejen solo con mi sueño”, reiteró en Mendoza. Con Massa sentado a su lado. Alcanza con ser buen entendedor.

En ese punto radica ahora el conflicto solapado entre Alberto y Massa. El Presidente no sólo insiste con su reelección. Abre el juego a otros candidatos para que se animen en las PASO. Lo de Daniel Scioli es público, aunque se conozca poco que consume más tiempo en recorrer el interior de la Argentina que horas diplomáticas en la Embajada de Brasilia. El ministro de Economía estaría defraudado por dicho juego. Cuando llegó al poder luego de la renuncia de Martín Guzmán y el derrape de Silvina Batakis había conversado explícitamente en Olivos sobre su posible candidatura si la economía se encarrilaba un poco. Quizá no tenga verdadera dimensión sobre lo que está sucediendo. O no quiere tenerla. Malena, su mujer, parece más realista. “Sergio está caminando sobre las brasas”, confesó. Donde hay brasas, hay fuego.

Alberto Fernández le dio aire a Daniel Scioli para competir.

Alberto Fernández le dio aire a Daniel Scioli para competir.

Los frentes políticos y económicos que enfrenta el ministro son innumerables. Incluso pueden potenciarse. La decisión de recurrir al patrimonio en dólares del Fondo de Garantía del Régimen Público de Reparto (FGS) -la plata de los jubilados- para intentar sortear otro ahogo financiero ha detonado turbulencias en el kirchnerismo. Su maniobra, en verdad, abarca a todos los organismos públicos y desnuda la indigencia en que se encuentra la gestión económica oficial. Pero el zarpazo a la clase pasiva representa una sensibilidad e impacto político muy superior al resto.

Una historia que juega en contra

 

En julio del 2007 Néstor Kirchner creó aquel Fondo de Garantía “con el objeto de asegurar que el sistema previsional no se constituya en variable de ajuste de la economía cuando los ciclos económicos se encuentren en fases desfavorables”. SIC del decreto 897 de aquel año. Con un agravante: Massa era por entonces el titular de la ANSeS. Amado Boudou estaba en línea sucesoria. El ministro estaría dando vuelta como una media aquel hito fundacional del cual se jacta el kirchnerismo.

La determinación abrió el abanico de discusiones políticas y los enigmas económicos. ¿Pudo haber tomado esta medida el ministro sin la anuencia de Cristina Fernández?. ¿Es de tanta debilidad la situación de la vicepresidenta que necesita hipotecar los tesoros más valiosos del relato? Si el ministro de Economía se hubiera cortado solo habría optado por la inmolación. No ocurrió así.

Las dudas también merodean a La Cámpora. La organización atraviesa una crisis que derivó en la salida de Andrés Larroque como secretario general. Armó un grupo paralelo que denominó “La Patria es el otro”. Su lugar fue ocupado por Lucía Cámpora, sobrina-nieta del ex presidente. Salto intergeneracional, dijeron creativos los veteranos.

Tal vez, amén de diferencias internas que existen, se trate sólo de una distribución de roles en el teatro público. El ministro de Axel Kicillof simbolizaría el ala más dura. Massa debe esperar en cualquier momento su dardo envenenado. Larroque fue el primero en desobedecer los ruegos de Estela Carlotto que pidió no mezclar la conmemoración de la tragedia del 24 de marzo con el “operativo clamor” por la candidatura de Cristina. El camporismo lo acompañó con una movilización empujada por una maquinaria estatal que probablemente haya resultado muy onerosa. Para emular a los intendentes del Conurbano que no estuvieron.

El operativo clamor por Cristina en la marcha por el 24 de Marzo. Foto Juano Tesone

El operativo clamor por Cristina en la marcha por el 24 de Marzo. Foto Juano Tesone

La habitual dureza de Larroque, que nunca desdice la vicepresidenta, tampoco debe inducir a confusión. Hace tiempo que Máximo Kirchner reniega del rumbo adoptado por Massa. Quedó claro con la “magia” del dólar-soja y la ratificación del último acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El ministro debió sostener el respaldo a la última moratoria que jubilará a 800 mil personas que nunca hicieron aportes. Hizo malabarismo para explicarlo en Washington. Al hijo de Cristina tampoco le agrada el recurso de pesificar el patrimonio de los jubilados. Unido a los demás organismos, significa una objetiva descapitalización del Estado.

Otro costado lo sufrirán el Gobierno y Massa con la oposición. De hecho, esta semana Agustín Rossi, el jefe de Gabinete, deberá dar explicaciones en Diputados. Juntos por el Cambio no olvida que la modificación de la fórmula de ajuste en los haberes jubilatorios derivó en 2017 en una salvaje batalla callejera y en el Congreso. Representó un punto de inflexión para el gobierno de Mauricio Macri. Fueron las 14 toneladas de piedras revoleadas entonces por la oposición y grupos de activistas. También la prédica publicitaria de muchos famosos bajo el lema “Con los jubilados, no”.

El punto de partida opositor es que la Ley de Administración Financiera establece la autarquía de los organismos públicos. Sin embargo, el decreto de Massa los obliga a vender sus tenencias. En el caso de la ANSeS, el Fondo de Garantía posee una composición que intercala bonos en dólares con pesos. Llamativamente desde junio del 2022 no se difunde su estado de cuentas. Cuando concluyó el gobierno de Macri había unos US$ 30 mil millones.

Otro aspecto que no queda claro son los objetivos que persigue Massa. No se trata, con evidencia, de ninguna solución de fondo. Sólo una improvisación cuyo ruido político lo lleva a recalcular: dijo que esperará que la UBA diga si la decisión es beneficiosa o no para los jubilados. Es decir, aventuró un salto sin red. Estaría en el medio la pretensión de sortear otra asfixia para ir acercando al Gobierno al calendario electoral.

El Gobierno acumula para 2023 un gasto público que representa 12 puntos del PBI. ¿Sigue el ministro conjeturando con su postulación? Parece imposible zambullirse en una campaña electoral y tener que explicar un 6% de inflación mensual. Un economista conocedor del ex intendente hizo la radiografía: “Quizás el alza de precios podía morigerarlo. Pero Sergio sufrió un golpe letal para sus aspiraciones: la sequía”. Refirió a los US$ 20 mil millones menos que ingresarán por exportaciones del campo. No hay gambito que pueda salvarlo.

Los enjuagues económicos-financieros de Massa se estrellan contra otra dificultad. Las intrigas políticas en la coalición oficial derrumban cualquier intención de construir confianza interna y externa. Aníbal Fernández desafía a Kicillof y Sergio Berni. La ministra de Trabajo, Kelly Olmos, embiste contra Eduardo De Pedro y el gobernador bonaerense. Berni dice sobre Alberto que “es peor que un muerto” porque sigue molestando. Larroque toma en solfa la insistencia con la reelección.

También habría que admitir que resulta homérica la ilusión de vender confianza al mundo cuando se ofrecen bonos del Estado cuyo valor nominal es 100 a sólo US$ 25. Demasiado parecido a un remate. Tampoco colabora el comportamiento de una política exterior que parece dedicada únicamente a cosechar conflictos. Es lo que se ha visto en las últimas semanas con la pelea con Ecuador, por la fuga de una ex ministra condenada de Rafael Correa asilada en la Embajada argentina, y una intromisión insólita de Alberto con la Justicia chilena.

En ese contexto, el Presidente se presentará el miércoles en Washington para ser recibido por el jefe de la Casa Blanca, Joe Biden. La foto que viene persiguiendo desde enero del 2021 y que, imagina, podría ser funcional para su currículum reeleccionista. Ocurre que a la delegación también se sumará Massa. A quien, mal o bien, se observa ahora como el único gestor. Su presencia obedecería a lo delicado de la situación. A la necesidad de otra ayudita con el FMI.

El Gobierno no parece en condiciones de cumplir con las metas relajadas por el organismo en la cuarta revisión. Acerca de la acumulación de reservas, el Banco Central ha vendido en lo que va del mes US$ 1.500 millones. La volatilidad financiera internacional añade incertidumbre extra. Biden sabe bien de qué se trata. Sabe también que estará recibiendo al mandatario de un gobierno que tiene la soga al cuello.

Eduardo van der Kooy

Fuente: Clarin

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