El Polaquito Soto, condenado a nueve años de prisión

Comenzó su carrera delictiva cuando el ex líder de la barra del Granate lo reclutó tras una velada pugilística y, al frente de un sector de Villa Obrera, sembró el terror en la tribuna y en las calles. El Tribunal Oral Número 10 lo sentenció por doble tentativa de homicidio y lesiones graves

Por Gustavo Grabia

Rubio y de ojos claros, su apodo era obvio: Polaquito. Quienes lo frecuentaban de chico, dicen que también era inevitable su destino, que se fue oscureciendo al igual que su cabello. Dejó el colegio en séptimo grado por su adicción a las drogas, entre los 13 y los 17 años abusó del paco y la cocaína, buscó en el boxeo una redención que no llegó y terminó aferrado a un paravalanchas, intentando convertirse en el jefe de la barra brava de Lanús sabiendo que eso da poder y dinero. Para lograrlo, en el camino pactó con la Policía y los políticos y le disparó a todo aquel que se cruzó en su camino.

Sí, Matías Soto llenó todos los casilleros del cartón pero no logró cantar bingo: la Justicia le acaba de poner un freno condenándolo a nueve años de prisión por doble tentativa de homicidio y lesiones graves. En Lanús, su patria chica, muchos respiran aliviados: acaba de caer el barra más peligroso del Sur en el último lustro.

La vida del Polaquito podría haber tenido un giro quizá si la Justicia actuaba a tiempo o si la política no metía la cola y lo salvaba una y otra vez de la cárcel, para utilizarlo como fuerza de choque. Soto, nacido el 22/2/92, comenzó su carrera delictiva cuando el jefe histórico de la barra de Lanús, Diego Fanfi Goncebatte, lo descubrió en una velada pugilística. Tenía apenas 20 años y se lo llevó como guardaespaldas. Sabía que tenía fama de ir al frente y que en Villa Obrera, Lanús Este, manejaba un grupo de 20 adolescentes dispuestos a todo. Fanfi, cuyo núcleo fuerte siempre fue Villa Sapito y Monte Chingolo, necesitaba sangre nueva porque la interna de la barra que había dejado dos muertos meses atrás, amenazaba con recrudecer.

Ese primer año el Polaquito empezó a disfrutar de las mieles de ser un barra. Viajes, dinero, trato cotidiano con la Policía y la fascinación por ver cómo Goncebatte (preso por homicidio hace dos años) discutía planes sociales y cooperativas mano a mano con la Municipalidad. Pero llegó el Mundial 2014 y el fabuloso negocio de Brasil y la reventa de entradas lo vio pasar de lado. Su jefe se vestía de oro y a él apenas si le tocaba cobre. Entonces, decidió que era su hora. Como si fuera poco, Fanfi decidió jugar decididamente en política y le dejó el mando de la tribuna a su número dos, Carlos Molido, alias Repacha. No a él. Tocado en su orgullo y con la ambición de poder intacta, el Polaquito planteó una guerra sin cuartel. Y prometió al político que lo apoyara ganar la tribuna Granate y desde ahí hacer campaña, para luego abrazar al kirchnerismo.

Le ofreció a Repacha compartir tribuna y poder político, la respuesta fue negativa y entonces empezaron los disparos: el 12/10/14 una balacera cuando salía de su casa dejó malherido a Molido pero sobreviviente. El arma era rarísima en el mundo barra: una Tanfoglio 40, considerada arma de guerra. Su impunidad era tal que fue hasta el hospital y mientras Molido era atendido gritaba “te voy a matar”. Tiempo después volvió a intentarlo: el 24/11/16 fue hasta el Polideportivo de Monte Chingolo, pero otra vez afortunadamente con poca puntería. La primera vez que fue preso lo sacó su tío, concejal por entonces del Frente Renovador y coordinador en la Defensoría del Pueblo, antes de dar el salto al Frente para la Victoria. Insólitamente, la causa pasó de tentativa de homicidio a lesiones graves y recuperó la libertad.

La segunda vez que lo quisieron detener, se escapó desnudo por los fondos de su casa hasta que la política volvió a prohijarlo. Prófugo, siguió haciendo de las suyas. Dado que su cara era muy conocida en la barra de Lanús decidió afincarse en la tribuna de Claypole para recuperar su tropa para la guerra final. Mientras esperaba, ese grupo extorsionaba a los puesteros de la estación de tren ofreciéndoles pagar por seguridad o atenerse a las consecuencias, que incluía prenderles fuego a sus hogares particulares. Eran tiempos en que la palabra Polaquito infundía terror en el Conurbano bonaerense.

Semejante derrotero tenía que terminar con él involucrado en un crimen y ocurrió en la Nochebuena de 2015: un día antes le hicieron una emboscada por cuestiones políticas y de negocios poco claros donde salvó su vida por milagro, y al día siguiente fue por la revancha. Su mira apuntaba a Sebastián Muñoz, a quién acusaba de disputarle los negocios del barrio, y que era yerno de José Luis Fernández, el mítico ex jefe de la barra brava de Independiente apodado Gallego Popey. Y mientras éste bailaba temas de Palito Ortega en su casa brindando por otro natalicio del niño Jesús, el Polaquito apareció con su padre, su tío y un amigo dispuestos a cobrar religiosa venganza. Hubo una balacera y un disparo dio en Popey, cuyo cortejo fúnebre se hizo al día siguiente en el estadio de Independiente, con el inefable Bebote Álvarez a la cabeza.

Aquel día, todos pensaron que el raid delictivo del Polaquito estaba terminado. En el auto del tío encontraron panfletos de sus padrinos políticos y era inevitable su caída. Pero no. Una vez más y amparado en sus contactos, Matías Soto siguió en libertad y cada vez que debían juzgarlo, aparecía algún recurso que retrasaba el juicio. El último de ellos lo impulsó insólitamente el fiscal general de Lomas de Zamora, Enrique Ferrari, suspendido por 90 días en sus funciones desde la semana pasada justamente por, entre otras cosas, intentar postergar el proceso una vez más.

Los secretos que debe guardar el Polaquito, dicen en Tribunales, para semejante movida… Lo cierto es que finalmente su caso llegó al banquillo. Y este mediodía el Tribunal Oral Número 10 le bajó el martillo: nueve años de prisión por las tentativas de homicidio contra Repacha Molido, quien actualmente está preso en otra causa. Porque buenos acá no hay ninguno. El asesinato de Popey, en cambio, quedó impune. El Tribunal, además ordenó su inmediata detención y pidió que se investigue qué funcionario público le dio la tenencia de un arma de guerra al Polquito, el barra cuyo reinado de violencia y horror forjado desde un paravalancha, acaba de tener su final.

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