GUERRA CONTRA LA INFLACIÓN: SIN NOVEDAD EN EL FRENTE… DE TODOS

“Prometo que el viernes va a empezar otra guerra, la guerra contra la inflación en la Argentina”, dijo exactamente hace un año el presidente Alberto Fernández. Desde ese anuncio belicoso hasta el día de hoy, la inflación acumulada trepó al 102,5%, la más alta en 31 años, volviendo este indicador a los tres dígitos, ubicándonos entre los países con más inflación en el mundo.

Claramente el Presidente no fue derrotado en esta guerra, para él solo significó otro pronóstico fallido, una mentira más o una interpretación errónea y hasta mal intencionada de la realidad en su gestión. Los derrotados son los 47 millones de argentinos que ven como sus ingresos se evaporan y las góndolas quedan cada vez más altas para llegar a los productos de primera necesidad. Los alimentos subieron un 9,8% en el AMBA y entre un 10,6% y 10,8% en las regiones más pobres del país. Más de la mitad de la población vive con ingresos que solo le permiten consumir lo básico, como son los alimentos, y para ellos esta inflación es aún más dura.

En el Frente de Todos parecen no estar enterados de este flagelo, están en otra cosa, hacen Congresos, mesas políticas, seminarios, reuniones secretas, “roscas” políticas, se tejen candidaturas, se encargan encuestas que seguramente pagamos todos, se chicanean, se desgastan, intentan instalar la mentira de la proscripción de Cristina y le corren el piso al Presidente para ayudarlo a patinar para desterrar su estrategia de reelección. De eso hablan y hacen mucho, se ocupan y se preocupan de su situación interna, por eso vale preguntarse: ¿sabrá el Presidente que la mayoría de los jubilados compran huevos, frutas por unidad y no por docena o peso?; ¿estará al tanto Cristina Kirchner de que en los negocios que venden alimentos por peso comenzaron a utilizar la medida de un octavo para comprar algunos productos como el café?; ¿puede desconocer Sergio Massa que la carne aumentó un 35% y que se hizo prohibitiva para los sectores con menores ingresos?; ¿pensará Máximo Kirchner que a los argentinos que no trabajan en el estado, como casi toda la militancia rentada de La Cámpora, las paritarias ni siquiera le resultan un paliativo para sus bolsillos? Da toda la impresión que no, que solo los moviliza el poder o como quedarse con una parte de ese poder si dejan de ser gobierno.

Está a la vista de todos, mientras la conversación pública gira en torno a la inflación, la seguridad, la inestabilidad laboral y los cortes de luz, en la coalición oficialista hablan de otra cosa, incluso lo hacen públicamente, son egoístas en todo sentido. Cristina fue condenada por corrupción, entonces pretende convencernos de que todos los argentinos no tenemos derechos. Lo dijo en Río Negro, la semana pasada: en la Argentina “ya no hay un estado constitucional y democrático”. Y lo sostiene siendo vicepresidenta, expresidenta por dos períodos y de formar parte del espacio político que gobernó más de 15 años de los últimos 19. Su fuese así, sería la mayor responsable de ese indecoroso momento institucional.

Por su parte, el Presidente se somete al poder de Cristina pero trabaja por lo bajo para terminar con el ciclo político que lleva su apellido. Mala para él, lo descubrieron. La gestión de Sergio Massa es un fracaso colosal, tiene más del doble de inflación que había prometido para estos meses, sin embargo, es reconocido como el mejor candidato después de Cristina para ese espacio: “Lo quiero siempre en mi equipo”, dijo Andrés Larroque, encargado de asestar los dardos más venenosos contra el Presidente, pero demasiado benévolo con el ministro de Economía. Esa situación muestra de que son capaces de premiar el fiasco antes de ceder poder interno. Y Máximo Kirchner reúne a su tropa en un acto de Avellaneda bajo la consigna inexplicable de “Luche y Vuelve 2023″. Se prometen trabajar para que “no vuelva la derecha”, pero aclarando que eso no los conforma. Da un discurso lastimoso con humor negro incluido, haciendo analogías entre el clima actual e Hiroshima (esto celebrado por todos los presentes) rodeado de funcionarios y empleados públicos que no tienen el menor registro de lo que padece la gente que se gana la vida en el sector privado. No es su problema, no está dentro de su paisaje cotidiano preocuparse por ellos. Solo los moviliza el poder y la impunidad.

Llevamos años analizando gestos, discursos, señales, pero en definitiva este 102,5% de inflación, con casi la mitad de los argentinos pobres, es el resultado fatídico de quienes están atrapados en un accionar político endogámico que los hace vivir en otra dimensión, hablan y hacen para y por ellos mismos. En el kirchnerismo, y en gran parte del Frente de Todos, la política continúa sobrecargada de dirigentes que se niegan a superar la endogamia, solo se reconocen como militantes aferrados a la pertenencia al espacio y a la disciplina partidaria, priorizan la devoción por la jefa para disimular que son incapaces de pensar en políticas de estado. Esto también explica, de algún modo, tanto la escasez de transparencia como la aparición de casos de corrupción y nepotismo. En ese sentido, habrá que seguir de cerca la denuncia realizada por la Coalición Cívica contra el Movimiento Evita por desvíos de fondos públicos destinados a la ayuda social.

Encarar una “guerra” contra la inflación, con Precios Justos controlados por un grupo de sindicalistas y piqueteros, es pretender apagar un incendio con un gotero. Este gobierno perdió la guerra contra la inflación antes de comenzarla, como también reconoció perder otra contra el narcotráfico y la inseguridad. Solo les queda dar una lucha para garantizar la supervivencia de ellos mismos, socavando a la justicia para esquivar los casos de corrupción que los acorralan, intentando que sean de todos los problemas que son exclusivamente de ellos.

Estamos en manos de un gobierno con legitimidad de origen pero que por incapacidad, ignorancia, mezquindad y egocentrismo dejó de saber o pretender entender lo que pasa afuera. Ya no hay novedad en el Frente de Todos, al menos alguna que amerite el interés general y mejore nuestra calidad de vida.

Daniel Santa Cruz

 

Fuente: La Nación

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