DOLOROSAS IMÁGENES DEL DETERIORO

El hombre llevaba más de diez años fotografiando, todas las mañanas a las ocho en punto, la misma esquina. Cada día, a la hora señalada, acudía con su cámara al cruce de Third Street y Seventh Avenue, en Brooklyn, para capturar la imagen en blanco y negro. Lloviera o tronara. No se tomaba vacaciones para no interrumpir su proyecto ni un solo día. Había sacado ya más de cuatro mil fotos que completaban, en perfecta cronología, catorce álbumes. Un día, Augie Wren le muestra esas fotografías a su amigo Paul. “Es mi esquina”, confiesa. “Solo una pequeña parte del mundo, pero también allí pasan cosas, igual que en cualquier otro sitio”. Paul, perplejo, admite que no entiende el sentido de todo aquello. “Son todas iguales”, señala. Augie le dice que nunca entenderá si pasa las imágenes tan rápido. “Son todas iguales, pero cada una es diferente de todas las demás –explica–. Tienes mañanas luminosas y mañanas sombrías. Tienes luz de verano y luz de otoño. Tienes días laborables y fines de semana. Tienes gente con abrigo y botas impermeables y gente con pantalones cortos y camiseta. A veces son las mismas personas, otras veces son diferentes. Y a veces las personas diferentes se convierten en las mismas y las mismas desaparecen. La Tierra da vueltas alrededor del sol y cada día la luz del sol da en la Tierra en algún ángulo diferente”.

En esta escena de Smoke, una película de 1995 dirigida por Wayne Wang con guión de Paul AusterHarvey Keitel (Augie) le ofrece a William Hurt (Paul) una lección sobre la impermanencia. El tiempo trabaja en silencio y nada se mantiene igual a sí mismo. Su paso erosiona no solo los edificios sino también a los transeúntes que pasan, cada mañana, camino a su trabajo, según testimonia la cámara de Augie a través de los años. Somos cambio. Pero el cambio es tan gradual que no lo percibimos.

Me acordé de esta escena de Smoke ayer, mientras paseaba a mi perra por las calles de mi barrio. Suelo sacarla todos los días a las 7.30. Lo que hace años eran paseos largos hoy es una parsimoniosa y olfativa vuelta manzana, pues Pampa, una schnauzer mini, tiene 14 primaveras. No tengo, como Augie Wren, fotos para atestiguarlo, pero en todos estos años mi barrio ha ido cambiando. Se ha ido deteriorando hasta dar hoy una imagen muy desmejorada de aquel que alguna vez fue. No es raro, porque lo mismo, sin que nos diéramos cuenta del todo, le ocurrió al país.

«Se percibe en ellos una resignación profunda, como si la persistente degradación de aquello que alguna vez cifró sus sueños les hubiera ido erosionando el ánimo»

En mi barrio, muchos ya no se ocupan de cortar el pasto en los canteros de la vereda y los pastizales crecen a su aire, inclusive ganando terreno en las baldosas rotas. Los papeles y los desperdicios se acumulan. Muchas casas, sedientas de una mano de pintura o necesitadas de trabajos de albañilería, son una sombra de lo que han sido cuando, en los años 40 y 50, fueron levantadas por trabajadores, en su mayoría italianos, que aspiraban a mejorar. El abandono se ha convertido en parte del paisaje.

Hay desidia y desaprensión en quienes, pudiendo mejorar en algo su entorno con un módico esfuerzo físico, no lo hacen. Pero, hablando con los vecinos, aparece otra cosa. Algunos se han vuelto muy mayores y, sin ayuda familiar, resisten en la soledad de cuartos vacíos con jubilaciones de miseria. Otros trabajan, pero no tienen ni el tiempo ni el dinero para ocuparse de arreglar la vereda y mucho menos la casa. Unos y otros, se diría, viven al día y con lo puesto. Lo que se percibe en muchos de ellos es una resignación profunda, como si la lenta pero persistente degradación de todo aquello que alguna vez cifró sus sueños y esperanzas les hubiera ido erosionando el ánimo.

Así como Augie Wren tenía su esquina, esta es mi pequeña parte del mundo. Y es aquí donde, para mí, las cifras del daño material y moral que el populismo ha causado adquieren rostros concretos y se manifiestan en un entorno querido que, en lugar de florecer, se marchita.

Mientras nos hospeda, el tiempo indefectiblemente va minando la materia. Sin la acción humana, sin la energía creativa del hombre y la mujer traducida en esfuerzo y trabajo, todo alrededor se caería a pedazos. Al esmerilar el sentido del esfuerzo y el trabajo, el kirchnerismo le ha robado el futuro a mucha gente, reduciéndola a la condición de sobreviviente. Lo mismo ha hecho con el país. No solo lo ha dejado venirse abajo sin atinar a implementar una sola política constructiva. Peor que eso, el Gobierno ha jugado abiertamente a favor del deterioro a partir del principal objetivo que, en aquel pacto de origen, acordaron Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández: asegurar la impunidad de la expresidenta, aun cuando eso implica atacar y quebrar los presupuestos de la convivencia democrática y el crecimiento económico.

Javier Milei es antisistema, sin duda. Pero si no comprendemos que el partido antisistema número uno es el kirchnerismo (o el peronismo, que lo nutrió) vamos a repetir, como sociedad, las elecciones autodestructivas que nos han traído a este presente de abandono y degradación. Lo mismo en mi barrio que en el país entero: los responsables de lo que nos pasa somos nosotros.

Héctor M. Guyot

 

Fuente: La Nación

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